domingo, 6 de mayo de 2012

Mi madre

Tu ombligo, madre, es la puerta que Dios dejó abierta para cuando quisiera regresar, para cuando tenga miedo y el mundo se me caiga encima, para que me sirva de refugio. Pero tu vientre se me hace pequeño cuando veo la grandeza que reside en tus ojos, madre, que a falta de uno me ofreces dos faros cuando el océano invade los míos; y Dios te los puso grandes para que no me pierda. Que con esos dos ojos has visto cada piedra que se nos cruzó en el camino a mí y a mi hermano, anticipándote a ella para que no tropezáramos. Y a pesar de todo, no has podido evitar vernos en el suelo, ver nuestra caída y nuestro sufrimiento, pero has conseguido levantarnos, doliéndote por nosotros, sacando finalmente esa sonrisa que sólo tú conoces.

Pero madre, ¿tú sabes la grandeza que me supone saber que yo he nacido de ti, que soy una extensión de tu cuerpo, que soy la continuación de tu vida? No sólo eso, la continuación de tu vida junto a mi padre, el fruto del amor más puro, que uniendo toda vuestra energía habéis conseguido crear el SOL más radiante. Puede que al crecer no hayamos podido mirar con orgullo mil diplomas en la pared, que no me hayas explicado nunca cómo se forman las nubes, por qué el cielo es azul, quien ganó la guerra de Vietnam... Pero todo eso se vuelve pequeño al lado de lo que tú me has enseñado: conozco de sobra lo dulce y lo amargo de la vida, por qué se forman las durezas en las manos, cómo suda una frente, que la humildad rompe barreras y, sobre todo, que con esfuerzo nada es imposible y que mi familia me hace grande. Tú me has levantado alto para poder tocar el cielo, he sentido la caricia del suelo en mi espalda y he sabido lo que es crecer por cada piedra más grande que he tirado al río. Madre, jamás te avergüences de no poder colgar un título en la pared, que en tu pecho tienes infinitos galardones, que mi hermano y yo sabemos que cada arruga de tus ojos es una batalla que has vencido y eres campeona del mundo en dar caricias suaves.

Victoria, que tu nombre ya lo dice todo.

No te enfades conmigo si te hago gritar, que lo hago para saber que tu voz sigue fuerte, que me gusta que retumbe en mi cabeza y despierte mis ideas. No me regañes si duermo hasta tarde, que me gusta soñar con mi futuro. Mis recompensas son fruto de tu esfuerzo, cada medalla que consigo tiene por un lado tu cara y por otro la de mi padre. Lo mejor de todo es que no temo al fracaso porque sé que, al final de mi caída, tu cuerpo sirve de colchón.
También conozco que hay momentos en los que toda tu grandeza se reduce y te invade la debilidad del ser humano, te conviertes en suspiros y el día se vuelve gris. Y aún así consigues sacar una sonrisa al ver mi cara, y así me llenas más de orgullo. Me haces fuerte al saber que también tu felicidad puede depender de mí, que mis abrazos consiguen recomponer tus pedazos, que te hago falta para sobrevivir.

Gracias mamá por conocer a papá, gracias por enamoraros, gracias por imaginarnos y gracias por aceptarnos como un regalo. Confío en aprender a tener la fortaleza de mantener una vida en mis manos como tú lo haces, por ahora intento aprender a devolverte todo lo que tú me has dado, servirte de alimento, de aire que llene tus pulmones, de risa que inunde tus oídos.

Podría llenar todas las páginas del mundo con todo lo que te quiero, pero me da miedo perder más tiempo sin estar abrazada a ti. No le pongo un punto a esto porque continúa con el beso que voy a darte ahora, ya me estás oyendo correr por el pasillo, te quiero