domingo, 30 de noviembre de 2014

Errores

Me enamoro de los errores.

Tengo una extraña predilección por todos y cada uno de ellos. Planto el ojo, fijo mi vista en él y analizo cada uno de sus errores hasta aprenderlos de memoria. No a él, eso nunca, solo a sus errores.
Sus manos torcidas, su extrema delgadez, su terrible mentón, su chepa, sus cejas gigantes, su extraño lado femenino, sus estúpidas y absurdas, todas y cada una de las equivocaciones que tuvo el creador de su existencia.

Definitivamente tengo obsesión por encontrar los errores. A veces tan solo yo sé verlos -a veces me los invento-. Demasiado empalagoso, demasiado distante, demasiado cerca, demasiado lejos, demasiado bajo, demasiado alto. Ya está bien, es demasiado.

Demasiado daño.

Demasiadas veces equivocándome y construyendo mis propios errores a raíz de otros.

viernes, 24 de enero de 2014

Mi causa y tus efectos

De este abandono que te tengo son culpables otros. Esos otros que se encargan de instaurar la frialdad en ti, de hacerte fría a ti, de arrancarte el corazón, y a ti. De que dejes de sentir. Sentir que ya no sientes, que sentir es de cobardes, que ya no eres una niña y las mujeres no sienten. Siento que sea así.

Así, como el miedo que da ver una mirada fría, el miedo que da ver que el mar se secó en tus ojos, que nos esperan años de sequía. Que como no hay mar el cielo es gris, pero total, el cielo ya ni está ahí. Ahí, donde te sentabas a soñar y reír. Reír lo sigues haciendo, ríes, lloras, pero no sientes. Yo lo siento así, es la edad, es la vida, es el tiempo. El tiempo que me falta que se escapa entre los dedos, entre los brazos, entre tu cuerpo. Tu cuerpo... Tu cuerpo ya no es el mismo y por eso no lo quiero. No quiero un cuerpo que no siente, ya no te quiero a ti. A ti que me ayudaste a terminar de ser así.

Así sin tener nada de qué escribir, con lo que me gustaba escribir. Escribir para desahogarme. Para desahogarse ya no hay tiempo. Tiempo me falta para crear momentos por los que luego arrepentirme. Arrepentirme y desahogarme aquí.

Aquí, aquí ya no hay nada, ya solo hay recuerdos de cuando aún sentía. Y sin embargo sigo sintiendo: el amor por mi madre, por mi hermano, por mi familia, por los nuevos que vienen... Y sin embargo ya no tanto por los que se van. Si se van me quedo sola y tengo miedo.

Miedo a no volver a sentir aquello que me hacía venir aquí. Aquí, para hablar de cosas que ahora temo volver a sentir. Y no quiero. Quiero volver a escribir. Escribir ya no puedo.

Puedo.

lunes, 4 de febrero de 2013

No te líes si no es conmigo

Chaval, me malentendiste: Si te pedí estar a la altura me refería a la de mis caderas, si te pedí desayuno en la cama eras tú el único plato

domingo, 6 de mayo de 2012

Mi madre

Tu ombligo, madre, es la puerta que Dios dejó abierta para cuando quisiera regresar, para cuando tenga miedo y el mundo se me caiga encima, para que me sirva de refugio. Pero tu vientre se me hace pequeño cuando veo la grandeza que reside en tus ojos, madre, que a falta de uno me ofreces dos faros cuando el océano invade los míos; y Dios te los puso grandes para que no me pierda. Que con esos dos ojos has visto cada piedra que se nos cruzó en el camino a mí y a mi hermano, anticipándote a ella para que no tropezáramos. Y a pesar de todo, no has podido evitar vernos en el suelo, ver nuestra caída y nuestro sufrimiento, pero has conseguido levantarnos, doliéndote por nosotros, sacando finalmente esa sonrisa que sólo tú conoces.

Pero madre, ¿tú sabes la grandeza que me supone saber que yo he nacido de ti, que soy una extensión de tu cuerpo, que soy la continuación de tu vida? No sólo eso, la continuación de tu vida junto a mi padre, el fruto del amor más puro, que uniendo toda vuestra energía habéis conseguido crear el SOL más radiante. Puede que al crecer no hayamos podido mirar con orgullo mil diplomas en la pared, que no me hayas explicado nunca cómo se forman las nubes, por qué el cielo es azul, quien ganó la guerra de Vietnam... Pero todo eso se vuelve pequeño al lado de lo que tú me has enseñado: conozco de sobra lo dulce y lo amargo de la vida, por qué se forman las durezas en las manos, cómo suda una frente, que la humildad rompe barreras y, sobre todo, que con esfuerzo nada es imposible y que mi familia me hace grande. Tú me has levantado alto para poder tocar el cielo, he sentido la caricia del suelo en mi espalda y he sabido lo que es crecer por cada piedra más grande que he tirado al río. Madre, jamás te avergüences de no poder colgar un título en la pared, que en tu pecho tienes infinitos galardones, que mi hermano y yo sabemos que cada arruga de tus ojos es una batalla que has vencido y eres campeona del mundo en dar caricias suaves.

Victoria, que tu nombre ya lo dice todo.

No te enfades conmigo si te hago gritar, que lo hago para saber que tu voz sigue fuerte, que me gusta que retumbe en mi cabeza y despierte mis ideas. No me regañes si duermo hasta tarde, que me gusta soñar con mi futuro. Mis recompensas son fruto de tu esfuerzo, cada medalla que consigo tiene por un lado tu cara y por otro la de mi padre. Lo mejor de todo es que no temo al fracaso porque sé que, al final de mi caída, tu cuerpo sirve de colchón.
También conozco que hay momentos en los que toda tu grandeza se reduce y te invade la debilidad del ser humano, te conviertes en suspiros y el día se vuelve gris. Y aún así consigues sacar una sonrisa al ver mi cara, y así me llenas más de orgullo. Me haces fuerte al saber que también tu felicidad puede depender de mí, que mis abrazos consiguen recomponer tus pedazos, que te hago falta para sobrevivir.

Gracias mamá por conocer a papá, gracias por enamoraros, gracias por imaginarnos y gracias por aceptarnos como un regalo. Confío en aprender a tener la fortaleza de mantener una vida en mis manos como tú lo haces, por ahora intento aprender a devolverte todo lo que tú me has dado, servirte de alimento, de aire que llene tus pulmones, de risa que inunde tus oídos.

Podría llenar todas las páginas del mundo con todo lo que te quiero, pero me da miedo perder más tiempo sin estar abrazada a ti. No le pongo un punto a esto porque continúa con el beso que voy a darte ahora, ya me estás oyendo correr por el pasillo, te quiero

viernes, 27 de enero de 2012

A las doce de la noche se despierta mi deseo.

Son las doce de la noche, a partir de ahora todo está permitido. Escuchas algo sin querer, esa frase dicha sin claro receptor, aquello que estabas ignorando te desvela la noche y la verdad.
Y aparece ese escalofrío que reparte calor por todo tu cuerpo llegando a crear una verdadera hoguera en el rincón más oscuro. Entonces lo sientes, aparece sin avisar, sin pedir la palabra resuena en tu cabeza el latir de tu corazón excitado. Te lleva, te incita y te atrapa como una camisa de fuerza.
Te ves sin control, sin saber dónde esconderte, dónde encontrar tranquilidad, como un ratón sin su agujero.




Sí, ha vuelto a tu cabeza,
lo ha traído el corazón:
el recuerdo de esa tarde
juntos en la habitación.






Y no lo puedes evitar, ya es demasiado tarde, como la peor de las vacunas ha infectado todo tu cuerpo, sin embargo no te cura, te empeora, te da fiebre, sudas, arde todo tu cuerpo y se empañan los cristales. Y todo se contradice, se vuelve verano el invierno, pica el sol y está nublado, te siento dentro y ni si quiera estás fuera.
Y hacía meses que te fuiste, ya no te necesitaba, dejé de olvidarte y ni si quiera sentía odio ya.
 Pero a mi cuerpo no le ha resultado tan fácil. Y recuerda... tu boca que no era tuya, ni mi boca era mía, no eran de nosotros, se poseían a sí mismas. Siente tu mano dulce en mi nuca y la otra ciega en mi espalda practicando caída libre y se agarra antes de precipitarse. Y busca su vacío, y lo encuentra en lo profundo y sale asustada pero vuelve a entrar atrevida.
Tu ombligo encuentra su mitad y de tanto que se unen forman naranja entera; con él, sin querer, viene otro invitado, antes dormido, ahora despierto por ser llamado al pelotón, pero se pierde, se pierde... y sin embargo permanece firme, fuerte, duro, sin saber que así será mejor atraparle. Sin previo aviso la rapaz lo siente, lo divisa, y desciende rápido desde tu cabeza, por tu nuca, por tu pecho... como un relámpago que recorre tu eje de simetría y no se detiene hasta alcanzar su objetivo... y lo alcanza. Lo alcanza, sin miedo, con ganas, fue tan larga la espera.
Dos suspiros cronometrados, dos suspiros que no dejan escapar energía, la crean. Y entonces ya no hay vuelta atrás, ya se han adentrado, se han encontrado y los ojos necesitan ver para creer: dos camisetas de distintas tallas, dos pantalones de distinto color, mi sujetador... finalmente dos prendas opuestas se miran, se extrañan, se comparan y no encuentran igualdad... asustadas deciden esconderse, arrugarse y dejarse por los suelos.

Tu boca y mi boca se dan la orden y con el mayor de los suspiros dejan de ser suyas. Deciden experimentar, conocer nuevos lugares del mismo mundo, del mío, del tuyo, del nuestro. Y se van, y se alejan, y se sienten desde otra parte, y no notan diferencia porque es el mismo calor, el de tu cuerpo y el de mi aliento expulsado con un cañón. Y tu lengua, y mi boca. Y mis manos en la redondez de tu culo y tus manos en la redondez de mis pechos. Ya no suspiro, se me agrandan los pulmones y no hay suficiente aire para llenarlos. Todo deja de ser intuición, todo se vuelve puro y duro, animal, los roces siguen pero empiezan a quedarse pegados. Sucio y a la vez limpio, tu sudor se vuelve la mejor de tus colonias, mi sabor se vuelve ácido, me gusta la manera en la que me siento rara. Hasta que nos volvemos simétricos y el eje que hay entre los dos se ve aplastado por un cuerpo sobre el otro, te veo los ojos y me ves los míos, recuerdo que eres tú, que soy yo, y el deseo es aún mayor.
Y tanta poesía, tanto amor, tanto suspiro se vuelve sexo. Pero tú no estás aquí,
la canción se acaba y vuelvo a la realidad, se abre la caja de Pandora y todo sale volando cerrándose para que únicamente quede el deseo abrazado a la esperanza.
Me duele la cabeza, el ceño se me frunce y suspiro, ahora sí, abandonando toda mi energía.


Fuiste la miel en mis labios cuando yo quería el bote entero.

miércoles, 18 de enero de 2012

Mete mis ganas en tu ombligo.

Vigila por dónde caminan 
tus manos
que por cada lunar hay una mina
y puedes salir volando.
Y romperte en mil pedazos
y quedar cada uno esparcido 
por cada esquina de 
mi cuerpo.
Tú vigila, vigila,
que a mi espalda no la veo,
se tú su protector y tapa
con cada dedo
cada uno de mis agujeros.
Acaricia mis heridas, 
tápalas con tu saliva,
ciérralas con un beso.
Sujeta mis rodillas
cuando tiemblen,
roza tu cuerpo con el mío
y conseguiremos prendernos fuego
para acabar con este frío.
Si cierro los ojos
y no puedo verte
haz que te sienta,
muérdeme hasta los codos, consigue besarme el alma.
Que nos tenga envidia la rosa del Principito.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Del algodón al cemento

Algunos tratan de ser de esas personas que afirman que por cada vez que caen deben levantarse después. Pero yo no me caigo, no sólo tropiezo, yo me tiro de cabeza contra el suelo. Y si intento levantarme hay alguien que se encarga de volver a empujarme. ¿Acaso no debería acostumbrarme a vivir pegada al suelo? De tantas veces que me he caído, tirado o me han empujado, ya estoy acostumbrada a su dureza, a su frialdad en invierno y su ardor en verano.

Al final parece que el camino que todos seguimos para alcanzar la felicidad es el de adaptarnos al medio en el que vivimos, con pequeños instantes sobre las nubes.
Lo malo es que si yo subo a las nubes, caer al suelo otra vez es mucho más doloroso.